Historias
Huyó de la trata, se convirtió en bombera y pide ayuda para volver a Misiones
Alejandra no recuerda una vida sin vulnerabilidades y se reconoce “viva de milagro”. Desde los 2 años sufre embates de todo tipo: abandonos, abusos, maltratos, discriminación, desarraigo y desigualdad. Un combo durísimo, que afrontó una y otra vez con la firmeza de una madre coraje.
Hoy desea volver a Misiones, donde nació y se crió, pero que abandonó hace unos años detrás de una falsa propuesta de trabajo que casi la llevó a la muerte.
“Extraño Misiones, es mi lugar. Quiero volver porque es mi tierra. Necesito estar cerca de mis familiares”, señaló Alejandra que, en diálogo con La Voz de Misiones, imploró ayuda para costear el pasaje para ella y cuatro hijas desde Salta a la Tierra Colorada.
Solicita colaboración porque -admite- ya no tiene más opciones. Para los desconfiados -aclara- tampoco desea el dinero, solo los boletos.
Actualmente, Alejandra vive en Rosario de la Frontera, Salta, localidad que conoció realizando trabajos rurales de temporada y donde luego reconstruyó parte de su vida tras escapar de una red de trata de personas que casi la ubica en un burdel de la región sudeste de Córdoba, aunque los pesares que sufre desde niña también la acompañaron hasta allí.
Vulnerable desde niña
La mujer nació en Montecarlo, “cerca del puerto”, pero su historia de vida ya encuentra un capítulo adverso a los 2 años, cuando sus padres decidieron abandonarla en Posadas junto a sus hermanos.
En la capital provincial quedó alojada en un hogar, donde sufrió maltratos, abandonos y hasta una violación. “Fue pésimo todo lo que pasé ahí. De adolescente me pasaron a otro hogar y a veces hasta salíamos a la calle a pedir monedas. Cuando pude, busqué por mis propios medios y encontré a parte de mi familia en -Bernardo de- Irigoyen”, recordó la mujer que mañana cumplirá 39 años.
Allí comenzó otra etapa en su vida. En la localidad más oriental de Misiones encontró a su padre, aunque no pudo recuperar el vínculo. También halló a un hermano, que vivía junto a una familia adoptiva que también la resguardó. Estudió y comenzó a trabajar. De tanto en tanto realizaba viajes a Rosario de la Frontera o zonas aledañas para trabajar en la cosecha de productos estacionales.
Allí se puso en pareja con un peón oriundo de Santiago del Estero y entre viajes y viajes formó una familia, pero luego el hombre, que la sometía con episodios de violencia de género, desapareció.
En esas circunstancias, ya a mediados de 2016 y nuevamente en Misiones, su hija mayor, diagnosticada con leucemia, requería un tratamiento en Buenos Aires, pero la imposibilidad económica de afrontar el proceso era grande.
Escape en la noche
Fue allí donde la hermanastra de su madre se aprovechó de su vulnerabilidad y le ofreció un trabajo que prometía dinero pero no aclaraba condiciones. “Nunca pensé que me podría pasar algo así, pero la necesidad, la ignorancia y la confianza me llevó a aceptar sin dudar, necesitaba la plata”, describió a LVM.
Como si fuera poco, en ese momento tenía a su cuarta hija recién nacida pero internada en Eldorado. Sus captores aceptaron esperar el alta de la niña para concretar el viaje que prometía ser a Buenos Aires, pero los carteles de la ruta indicaron lo contrario.
“Ella nos pagó el pasaje a todos. Me dijo que yo después iba a comenzar a trabajar y con eso devolvía el viaje, pero apenas llegamos me pareció raro todo. Por el camino nos pidió los documentos y no nos devolvió más, me dijo que para el tratamiento de mi hija nos iban a llevar ellos después. Paramos en la casa de su marido y a la noche me llevaron a una finca donde supuestamente iba a trabajar como limpieza. Fue todo diferente”, contó.
Alejandra añadió que, al llegar a la finca, se encontró con mujeres de varias nacionalidades, pero casi todas menores o jovencitas. Lo que sucedía era evidente y lo advirtió sin necesidad de ver mucho más.
“Ahí me retobé, mi tía llamó a su suegro y me golpearon. Me fisuraron una costilla, me dejaron tirada en el baño, rompieron mi celular y casi me cortaron el cuello con un cuchillo, pensé que me mataban, pero después pude escapar en medio de la noche y corrí hacia la ruta. Era oscuro. Fue un momento desesperante. Fue lo peor que me pasó en la vida. Yo sólo pensaba en volver a buscar a mis hijas”, continuó su relato, haciendo fuerza para contener las lágrimas.
La mujer recuerda que en medio de la huida encontró a un camionero, quien la ayudó a volver al pueblo para rescatar a sus hijas y dirigirse hacia otra ciudad cordobesa, Leones, donde se refugió con ayuda de la familia del trabajador del volante.
En ese lugar, Alejandra se instaló unos días y trabajó como cocinera durante la celebración de la Fiesta Nacional del Trigo, pero luego la familia que la cobijó viajó a Salta y ella decidió sumarse al recorrido para regresar a Rosario de la Frontera, que ya conocía.
Hasta allí fue ella, nuevamente en compañía de sus hijas, y encontró su destino como bombera voluntaria.
Separación de sus hijas
El paso siguiente fue buscar al padre de sus hijas. Sabía que podía encontrarlo por la zona rural y no se equivocó, pero el reencuentro abrió otra etapa difícil.
“Encontré al padre de la niñas, que me hizo una denuncia porque yo prácticamente vivía en situación de calle y me sacó la tenencia de las niñas. Tuve que vivir dos años en una pieza del cuartel de bomberos con mi nena más chica, que tenía poco más de un año. Ella se crió ahí. Mis compañeros la cuidaban y jugaban con ella”, precisó.
En ese contexto, la mujer inició una contienda judicial para recuperar a las niñas y recibir la cuota alimentaria correspondiente. Lo logró, pero se abrió otra: “Cuando las recuperé supe que el padre comenzó a abusar de una de ellas. Ella lo contó y lo declaró en Cámara Gesell. Dijo que un primo también intentó abusar de ella. También supe que la llevaban a la iglesia del Pastor Miranda, que fue preso por abusos en la congregación”.
Volver a casa
Hoy, Alejandra nuevamente reside con sus hijas, de 18, 12, 11, 6 y 1 año, pero después de tanto trajinar desea regresar a su tierra natal. Un poco por nostalgia, otro poco para huir de la violencia de su ex pareja, quien tiene una restricción de acercamiento hacia ella.
El impedimento es lo económico. La mujer cobra una pensión de $20.000 y suma algunos pesos más con las guardias o intervenciones como bombera, pero los números no cierran para afrontar cuatro pasajes de Salta (o de Tucumán) a Misiones.
“Yo sólo quiero llegar a Posadas. Ni siquiera pido la plata, necesito que me ayuden con los pasajes. Pedí ayuda a varios políticos, pero todo quedó en la nada. Si yo llego a Posadas, ya estoy hecha. Mi deseo es volver a Irigoyen, reencontrarme con mi familia y asentarme después de tanto sufrir”, rogó.
Historias
Manu Chao, el bar de la esquina y los “fueguitos de resistencia”
Los defensores del pastizal en la remera y el vecindario como la última trinchera. Manu Chao comparte su credo en esta charla producto del azar, un encuentro fortuito, que en lo personal me permito atribuir al destino y que no por casualidad transcurre también en la mesa de un bar.
El cantante franco español que hizo de Latinoamérica su casa y el alma de su música, repitió en Posadas una costumbre que parece haber adoptado como un ritual en sus giras por el continente: visitar los mercados populares de las ciudades y pueblos que recorre como un trovador errante desde 1987, cuando desembarcó en Perú, con Mano Negra.
Lo hizo en 2019, en Asunción, donde también respondió al llamado de la tribu y acudió a la cita del hashtag #ManuChaoEnLaChispa, un sitio contracultural del microcentro asunceno que lleva el nombre de una revista editada por el líder bolchevique y fundador de la Unión Soviética Vladimir Lenin, que hizo una campaña descomunal en redes para tenerlo en su sede de la calle Estrella, y donde el que el suscribe fue testigo de primera fila.
Manu Chao evoca aquella peña que arrancó en una mesa en medio de la calle con “Me llaman calle”, donde también estuvieron algunos de los productores posadeños del concierto del domingo, y que terminó en un dúo con un músico paraguayo muy querido, Pachín Centurión, anfitrión de La Chispa. “Siguen persiguiendo a La Chispa, lo quieren cerrar”, dice, en tono de denuncia, sobre la espada de Damocles del poder municipal que se cierne sobre el centro cultural que este mes cumple 10 años.
Enseguida, recuerda el Mercado 4, lo más paraguayo que puede encontrarse en Asunción. “Te podes perder horas ahí adentro”, agrega, hablando seguramente de su propio extravío por el más grande de los laberintos de la región, que entre sus ilustres visitantes tuvo al escritor Jorge Luis Borges, en 1986.
El sábado a la tarde, junto a su troupe de músicos y productores del concierto que daría en Umma la noche siguiente, recorrió La Placita y después el grupo se instaló en una mesa del Bar Imperial, en la esquina de San Martín y Roque Sáenz Peña, que por obra del azar se anota, de ahora en más, entre los sitios de culto de su tribu de seguidores locales.
Pronto, la esquina se volvió un epicentro de fans que llegaban de todas partes, atraídos por una historia de Instagram subida minutos antes por otro referente tribal, el bajista posadeño Tony Acuña, que se encontró a la comitiva bajando hacia el bar donde sucedieron todos los encuentros casuales de la tarde.
“¿De donde viene tu amor por Latinoamérica?”, propone alguien entre los presentes. Manu Chao rebobina y habla de Mano Negra, la banda con la que desembarcó por primera vez en el continente en 1987.
“Con Mano Negra conocí Latinoamérica”, cuenta el músico. “Me siento en casa, en una casa grande”, dice sobre ese romance forjado en kilómetros de paisajes, pesares y saberes, que convirtió en banderas y expuso en un millar de canciones emblemáticas.
La cercanía de la frontera tampoco pasa desapercibida para Manu Chao, uno de los pocos artistas que se ocupó de la desventura del migrante condenado a la angustia de vivir sin papeles; siempre huyendo de la migra, desterrado eterno. “Yo no soy racista, excepto con los aduaneros”, dispara el músico y todos en la mesa ríen.
“Ayer, subiste a Instagram un reel donde hablás de ‘montar fueguitos de resistencia’”, apunta otro de los comensales.
“En todo el mundo está pasando lo mismo. Hoy, el 35% de los franceses vota a candidatos supremacistas. No es algo exclusivo de la Argentina”, apunta Manu Chao, en su única frase política de la tarde. “Yo creo en el vecindario, en el poder de los vecinos; esos son los fueguitos de resistencia”, reflexiona.
Tampoco faltó la mención de Ramón Ayala, “el Carlos Gardel de la tierra colorada”, sugiere alguien en la mesa y la conversación viaja unas cuadras, a la Bajada Vieja y la entrañable melodía del Mensú, que alguien tararea.
El músico escucha con asombro el relato sobre la mítica calle y los orígenes de una ciudad que le debe todo al río, que su mayor trovador interpretó como nadie y la convirtió en poesía.
Historias
Los ferrys, entre el óxido y el olvido a 111 años de su llegada a Posadas
El viernes 18 de octubre pasado, se cumplieron 111 años de la llegada a Misiones de los ferrobarcos Roque Sáenz Peña y Ezequiel Ramos Mejía, los populares ferrys posadeños, que durante ocho décadas fungieron de puente fluvial entre Posadas y Encarnación, llevando y trayendo los convoyes del Ferrocarril General Urquiza que hacían el trayecto Buenos Aires – Asunción.
Construidos en Glasgow, Escocia, entre 1907 y 1910, los buques se embarcaron en 1913 en una increíble travesía a través del Atlántico para llegar a Buenos Aires y después a Posadas.
Eran tiempos convulsos en ambas orillas del Paraná. En Argentina, durante el gobierno de Roque Sáenz Peña, se había llegado al límite de la frontera agrícola y era el inicio de una larga depresión económica que se extendería hasta 1917 y cuya consecuencia más inmediata fue el incremento de la desocupación y su correlato de conflictividad social.
En Paraguay, gobernaba un periodista: Eduardo Schaerer Vera y Aragón, originario de Caazapá, hasta hoy el territorio más pobre del país. Y mientras Buenos Aires inauguraba su primera línea de subte, Asunción tenía una sola cuadra de pavimento de madera que la prensa bautizó con una expresión en francés: “Petit Boulevard”, donde se agolpaban las tiendas más refinadas y en cuyos escaparates se exponía el mundo.
Alejadas de los centros de poder, Posadas y Encarnación forzaban, por entonces, los límites de un territorio agreste, poblado por inmigrantes llegados de otros extremos del planeta.
La inauguración, el 2 de octubre de aquel año, del embarcadero de Pacu Cuá, cuyos restos todavía se conservan en el mismo estado de abandono que los ferrys posadeños, supuso el incremento del intercambio económico entre ambos países, con el transporte de productos de todo tipo.
De hecho, los primeros convoyes fueron cargueros hasta que se sumó el transporte de pasajeros. El tren tardaba unas 50 horas en recorrer los 1.518 kilómetros entre Buenos Aires y Asunción.
“Contribuyeron al crecimiento económico de Misiones, con el transporte de granos, aceite de tung, fertilizantes; más adelante entró el tren de pasajeros, que llegaba a Posadas todos los miércoles y embarcaba a Asunción, volviendo los domingos”, comenta Analía Colazo Bidegain, presidenta del Ferroclub Nordeste Argentino, heredero de los ferroaficionados posadeños y que se ocupa de la salvaguarda de la memoria y el patrimonio ferroviario.
Analía es hija de Sixto Ramón Colazo, que durante 45 años fue jefe de la zona fluvial en Posadas y como tal estuvo a cargo de la coordinación de cada viaje de los ferrys.
Ex trabajadora ferroviaria, Analía cuenta que creció en los emblemáticos buques mellizos. “A los cuatro años hice mi primer viaje: me subía con el capitán, iba al otro lado y volvía”, recuerda.
“De chico no entendías, pero al crecer se adquiere conciencia y creo que no hay hijo de ferroviario que no ame o respete lo que fue el trabajo de nuestros padres y a estos barcos”, afirma.
Destino final
En internet hay un sinfín de material sobre ambos buques, entre crónicas periodísticas, imágenes, videos e, incluso, fotografías de la inauguración de 1913, del Archivo General de la Nación.
Entre todos, el video titulado “El ferry del adiós”, publicado hace más de 10 años, recoge el invaluable testimonio de dos de sus protagonistas: el jefe Colazo y el capitán Vicente Arzamendia, ambos fallecidos en 2011, con un mes de diferencia.
En el material, de unos 16 minutos de duración, ambos hombres cuentan los pormenores del trabajo que implicaba el cruce del río, la labor a bordo y aportan datos precisos sobre el funcionamiento de los antiguos buques.
El video repasa también el papel de ambos buques en importantes eventos históricos: el transporte de suministros y heridos de la Guerra del Chaco, que enfrentó a Paraguay y Bolivia entre 1932 y 1935; y las labores de rescate de evacuados durante la gran inundación de 1983, que puso en jaque a todo el litoral argentino.
“Hace diez años que estoy de capitán de los ferrobarcos”, relata Arzamendia y la imagen lo muestra en el puente de mando, en plena faena por el río. “Llegué en 1956 y me embarqué como profesional baqueano durante seis años hasta que asumí como capitán”, cuenta.
“Tenemos un capitán, un oficial baqueano, un jefe de máquinas, un primer maquinista, un timonel, un contramaestre, dos cabos de asadores, seis marineros, cuatro foguistas, un mozo y un cocinero; es un total de veinte tripulantes”, contabiliza, a su vez, Colazo.
“Son muy necesarios porque cada uno tiene su tarea específica”, valora el entonces jefe de la zona fluvial y detalla: “El personal de cubierta realiza su tarea de carga y descarga; el personal foguista es el que mantiene la presión en la caldera a través de la leña que le va suministrando”.
Los buques, de 63 metros de eslora y 18,15 metros de manga, consumían unas cuatro toneladas de leña cada ocho horas. “La temperatura en la sala de calderas alcanza oscila entre los 60 y 80 grados centígrados”, ilustra Colazo y explica que, debido a esto, los tripulantes asignados a esta área, alternaban en turnos de 15 minutos. “Salían a tomar aire y volvían”, cuenta Colazo.
En la cinta disponible en Youtube, el hombre se anticipa al destino de ambos ferrys, sacados de servicio en 1989 con la inauguración del puente internacional San Roque González de Santa Cruz, y pide que “se hagan todas las gestiones necesarias para que los barcos se conviertan en museos y no terminan en chatarras como ha ocurrido en otros lugares”.
“Cuando mi padre fallece le hice la promesa de seguir luchando por ellos”, señala su hija Analía que, por entonces, ya estaba alejada de la actividad ferroviaria y vivía en Buenos Aires. “Y así empecé, yendo y viniendo, hasta que después me radiqué en Posadas para estar más cerca”, apunta.
Parque temático
Hoy, en su apostadero de Nemesio Parma, el Roque Sáenz Peña es el que parece mejor conservado, aunque Analía Colazo asegura que las apariencias engañan y que, en realidad, es su mellizo, el Ezequiel Ramos Mejía, el que mejor se mantiene a flote.
La escena sugiere todo lo contrario. El óxido parece haberse apoderado por completo del Ramos Mejía, que, además, perdió totalmente el puente de mando y exhibe parte de su estructura convertida en un amasijo de hierros retorcidos.
Su mellizo, el Roque, en cambio, conserva resabios de la pintura que lucía cuando ambos buques estaban amarrados en la costanera de Posadas, donde hoy se ubica la plazoleta que rinde homenaje al Papa Juan Pablo II.
En aquel entonces, en la cubierta del Roque funcionaba un restaurante, que llegó a ser muy concurrido, y en su interior albergaba una extraordinaria muestra de maquetas a escala de joyas ferroviarias de todos los tiempos. Un nombre sobresalía en aquel entonces: el arquitecto Narciso Aguilar, fallecido en 2010.
En 2014, fueron declarados Patrimonio Histórico Provincial y Fluvial, y Bien Histórico Nacional, en 2021, por ambas cámaras del Congreso.
Sin embargo, nada se hizo por ponerlos en valor. “El tema es que se requiere una gran inversión”, señala Analía Colazo, que a través de su fundación presentó a la Secretaría de Transporte de la Nación un proyecto para extraer los buques del agua y montar en el predio de la estación de Miguel Lanús un parque temático ferroviario.
“La idea es sacarlos del agua y mediante un convenio con las escuelas técnicas reparar el caso y recrear una laguna para que la gente que no conoció pueda conocer esta parte tan importante de la historia de Misiones”, explica Analía.
Según dice, luego de la asunción de las nuevas autoridades en diciembre pasado, volvió a entrevistarse con la cartera de Transporte del gobierno de Javier Milei y le comunicaron que “no hay intención de hacer nada”.
El hundimiento
En 2019, se hundieron en el mismo lugar donde se encuentran hoy. Reflotarlos, implicó la intervención de un equipo de buzos y técnicos navales que trabajaron durante tres días, dentro y fuera de las embarcaciones, soldando fisuras del casco y desagotando agua con bombas de achique que no pararon nunca.
Desde entonces, descansan ahí, amarrados en una orilla olvidada, a una veintena de kilómetros de la parte del río donde una vez brillaron y se convirtieron en leyenda.
Para cualquiera que no conozca su historia son nada más que un par de despojos oxidados esperando lo inevitable en un recodo alejado, como conveniente, del escrutinio público.
Los ferrobarcos se balancean en las aguas de Nemesio Parma, soportando estoicos el implacable paso del tiempo, como dos hermanos condenados que aguardan, pacientes, el hachazo final del verdugo.
Historias
Juanfer Quintero pagó la operación de cataratas a un misionero
Pedro, un misionero de 56 años con síndrome de down conocido como “Papi” en el paraje Yacutinga, necesita una operación para recuperar la visión que perdió hace unos seis meses. En las últimas horas, su historia se viralizó en las redes sociales hasta llegar al jugador colombiano Juan Fernando Quinteros (Juanfer), quien decidió enviar los fondos para que Papi se opere.
Todo comenzó con un video que difundió José Pisak en su cuenta de Instagram contando un poco la situación en la que se encuentra el “fanático incondicional” del Club Atlético River Plate.
“Lamentablemente, (Papi) tiene cataratas en ambos ojos y necesita operarse lo antes posible. Cada operación cuesta $1.300.000 y por eso estamos pidiendo la ayuda de todos”, explicó José Pisak en un posteo que acompañó con un video de Papi para que sus seguidores lo conozcan.
A lo que añadió: “Hace más de 6 meses que Papi no ve, cualquier colaboración es bienvenida para que pueda recuperar la vista y seguir disfrutando de su vida y de su pasión por River”.
El audiovisual recorrió las redes acogiendo todo tipo de comentarios de solidaridad de los internautas que querían aportar su granito de arena para ayudar a que Papi recupere la visión.
Sin embargo, el momento que sorprendió a todos, incluso al mismo José, fue el mensaje del exjugador de River, Juanfer: “Yo lo pago”, escribió y, en otro comentario, arrobó a una persona para que “cuadre” los detalles para enviar los fondos que cubrirían la costosa cirugía.
Al comentario del jugador de fútbol, José, un fanático más del Millonario, contestó: “No puedo creer que hayas visto esto. Sos gigante. Gracias”.
Tras comunicarse con la persona que Juanfer le indicó y con el correr de las horas, el joven que se hizo eco de la historia de Papi comunicó a través de sus historias de Instagram que el centrocampista y actual jugador de Racing giró el dinero con el cual se llevará a cabo la operación.
“Hoy a la mañana hizo la transferencia. Eso ya tiene todo la familia, la cuenta a la que se transfirió es directa de Papi. Ahora, sigue el segundo paso que es la fecha de la operación y volver a mirar a River, que es lo que más quiere”, celebró José.
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