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Pablo Areguatí, el indio guaraní que gobernó Malvinas en el siglo 19

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Es un personaje cuasi desconocido. Su nombre asoma de vez en cuando, siempre para el 2 de abril, el aniversario de la guerra de 1982, por las mismas islas por las que peleó con el grado de comandante 158 años antes.

Su nombre es Pablo Areguatí, un indio guaraní nacido en 1780, en lo que antiguamente era San Miguel Arcángel, uno de los siete pueblos jesuitas ubicados en la margen oriental del río Uruguay, donde su padre ejercía como corregidor, y que hoy es la ciudad de San Miguel das Missoes, en el estado brasileño de Río Grande do Sul.

La historia no ofrece mucho testimonio de su derrotero en los convulsionados años que le tocó vivir, más que algunas referencias puntuales que lo presentan como hombre de armas y estratega militar, y una trayectoria coronada como gobernador de las Islas Malvinas en 1824.

Según el historiador misionero Pablo Camogli, Areguatí perteneció a la generación de indios y criollos que, tras la Revolución de Mayo de 1810 y el inicio de las luchas por la Independencia, pudieron escalar socialmente y acceder a puestos administrativos y mandos militares, que les estaban vedados en los tiempos coloniales.

“Pardos, morenos, aborígenes y criollos en general, encontraron en la revolución el ámbito propicio para insertarse en la sociedad y ocupar espacios de mayor o menor trascendencia, pero siempre novedosos con relación a las posibilidades que tenían en los siglos anteriores”, escribe Camogli en su portal MTH.

La reducción jesuítica de San Miguel Arcángel, lugar de nacimiento de Pablo Areguatí.

Areguatí tenía, además, a su favor, sus orígenes aristocráticos, en el seno de una familia con vínculos políticos y predicamento en el entorno del marqués Gabriel de Avilés y del Fierro, séptimo virrey del Río de la Plata, que le posibilita estudios de gramática, lógica, filosofía y teología, en el entonces Real Colegio de San Carlos, que entre sus alumnos más notables tuvo a Manuel Belgrano, Mariano Moreno, Bernardino Rivadavia y Vicente López y Planes, el autor del himno nacional; y que estaba ubicado en el mismo solar que, hoy, ocupa el Colegio Nacional de Buenos Aires.

La vida política y militar de Areguatí despunta en la localidad entrerriana de Mandisoví, la antecesora de la actual Federación, erigida en 1.777 por Juan San Martín, el padre del Libertador, sobre asentamientos guaraníes existentes, y refundada por Belgrano en 1810, en una parada de su confiada marcha al Paraguay, donde caería derrotado en la célebre batalla de Tacuarí, que convirtió en mártir al niño correntino Pedro Ríos, y dio inicio a la leyenda del “tamborcito de Tacuarí”.

Belgrano nombró a Areguatí, alcalde y comandante general de milicias de Mandisoví, cargo desde el que enfrentó a los hombres de José Gervasio Artigas y su Liga de los Pueblos Libres, liderados por otro indio guaraní exiliado de la historia, Domingo Manduré, que lo derrotó y lo obligó a volver a Buenos Aires, donde se gestó la empresa que lo devuelve a la memoria cada abril.

En las islas

Imposible saber qué conocía Areguatí de las islas Malvinas cuando el destino lo cruza con Luis Vernet y su socio caído en desgracia, Jorge Pacheco, un veterano de guerra y dueño de saladeros, empobrecido, en la Buenos Aires del siglo 19.

Gracias a la ayuda de Vernet, el gobierno porteño le otorga a Pacheco el permiso para actividades ganaderas en Malvinas, que habían sido incorporadas formalmente a las Provincias Unidas del Río de la Plata el 6 de noviembre de 1820, marcando la continuidad de la presencia española en las islas desde 1767 hasta 1811, con más de 30 gobernadores coloniales.

Vernet consigue también que Areguatí sea nombrado comandante y todos se embarcan, a fines de 1823, en la flota compuesta de dos bergantines, el Fenwich y Antélope, y la goleta Rafaela, capitaneada por el indio guaraní, educado por los jesuitas y apadrinado por Belgrano.

Llevan pertrechos y cañones. Areguatí se propone defender la plaza de los piratas anglosajones de entonces, que tomarían, finalmente, las islas nueve años después, con el desembarco del capitán británico James Onslow, al mando de la corbeta Clío, la expulsión de las autoridades locales y el inicio de una ocupación colonial de 192 años.

El asentamiento en Malvinas, según una pintura de la época.

Cuenta el historiador argentino Felipe Pigna, que también indagó en el personaje, que Areguatí llegó a Puerto Soledad en febrero de 1824, al frente de una exigua tropa y una comitiva de peones con sus familias; Emilio Vernet, hermano de Luis y un comerciante inglés, identificado como Rupert Schofield.

“Durante seis meses al mando, soportando los rigores del clima, tratando de contener a los piratas norteamericanos e ingleses, hacer valer nuestra soberanía y de tornar prósperos sus negocios de ganadería y explotación de las loberías”, escribe Pigna.

“El inglés Schofield resultó ser un alcohólico que poco hizo por el proyecto ganadero. La situación era muy difícil de sostener y el gobernador guaraní debió renunciar y regresar a Buenos Aires”, relata.

Las crónicas no recogen los pormenores de la actuación de Areguatí en Malvinas. No hay relatos de escaramuzas y hazañas, terrestres y navales. Nada que retrate su indudable valor y arrojo en el campo del honor, en un territorio hostil, desconocido y muy distinto del verde y rojo de toda su vida.

El comandante Areguatí regresa exhausto y decepcionado al Río de la Plata. La burocracia porteña no lo abandona y es designado funcionario de la Aduana de Buenos Aires, primero; y, después, oficial de justicia. Muere en 1831, dos años antes de que los ingleses tomaran las islas, y a casi dos siglos de distancia de que su nombre volviera a retumbar entre los ecos de una guerra que se anotó en la historia para siempre.


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Un día con Geraldine Madelaire: arte callejero y resistencia

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geraldine arte callejero

Son contados los segundos que dura el show. Cuando las luces rojas se encienden, es momento de acelerar y de retirarse cuando el verde asoma. La artista toma sus clavas y comienza a lanzarlas al aire mientras recorre la senda peatonal. Con el rabillo del ojo observa a los automovilistas, buscando algunas sonrisas. Hace 15 años, Geraldine Madelaire decidió que el arte no solo sería su pasión, sino su forma y sustento de vida.

En una entrevista con La Voz de Misiones, Geraldine relató sus inicios en el arte callejero, enumeró los desafíos que enfrenta y contó cómo percibe la respuesta del público.

La música como refugio y motor

Hace más de diez años, transitó una separación y, tras haber sido ama de casa toda su vida, Geraldine se preguntó qué recursos tenía para salir adelante. Insertarse en el mundo laboral a los 30 años no fue sencillo. “Comencé a revolver, revolver y revolver. Entonces encontré a la música y la cocina, que son mis pasiones. Así fue como me convertí en una… cocinera musical”, recordó.

Aunque hoy no tiene miedo de tomar el micrófono, animar al público o construirse un vestuario llamativo, al principio la vergüenza fue su principal barrera. Comenzó tocando en grupo, acompañando a otros artistas que ya tenían experiencia en la calle. Se limitaba a tocar el tambor en la vereda, evitando dar un paso hacia la calle, temerosa ante la mirada del público.

“Yo pensaba que hacer música callejera era como bajar un escalón, pero después me di cuenta de que nada que ver, porque la misma puesta en escena que tenés que poner en un escenario, la ponés en la vereda, en la calle o frente al shopping”, comentó sobre sus inicios.

Sin embargo, un día se encontró sola y, sin la posibilidad de volver a su hogar con los bolsillos vacíos, se llenó de coraje e hizo un show unipersonal por primera vez.

En ese camino, la artista formó grupos musicales con discos de estudio, como Mizioneros Reggae, y actualmente forma parte de Tercer Ojo. Respecto a las oportunidades para sostenerse económicamente de la música, contó que “cuando no hay posibilidades de que te contraten acá o allá, vos sabés que si salís a la calle, te traés la plata”.

@lavozdemisiones🎤 Geraldine Madelaire: 15 años de arte callejero en Posadas Hace 15 años, tras una separación, encontró en la música y la cocina su forma de salir adelante. Pero el camino no fue fácil: tuvo que romper el miedo y la vergüenza para animarse a tocar en la calle, algo que logró primero tocando en grupo. Hoy, con años de experiencia, muchas personas le dicen que jamás se animarían a hacer lo que ella hace, y para ella eso es una señal de lo valioso que es su trabajo. #LaVozdeMisiones♬ sonido original – La Voz de Misiones

El show justo en el lugar correcto

Combinando la música con el malabarismo, la entrevistada explicó que, si un artista logra encontrar un buen lugar y realizar un gran show, con esta profesión se puede conseguir un salario similar al de un trabajo de oficina.

“Más de dos o tres horas no se puede actuar. Nosotros cantamos sin micrófono ni amplificadores, entonces después de ese tiempo se pueden lastimar las cuerdas vocales o los dedos, ¡más aún si hace frío!”, describió mientras mostraba que, para esta entrevista, sus amigos y vecinos trajeron desde el barrio un equipo de sonido especialmente para la ocasión. Este trabajo le permitió sacar adelante a su familia y sostenerse junto a uno de sus hijos, que aún vive con ella.

La artista considera que no es una cuestión de “no valorar el arte”, sino que la situación económica afecta a todos por igual y no hay suficiente efectivo circulando para colocar en la gorra. En la Plaza San Martín, con estudiantes, trabajadores y jubilados circulando a su alrededor, toma el micrófono y comienza a cantar uno de sus temas propios. La gente sonríe, otros evaden la mirada y algunos acompañan con los pies, sentados en su lugar.

“Yo aprendí a no tomármelo personal. Hay gente que quizás perdió su trabajo o se le murió la mamá, entonces no te podés enojar. Aprendí que no es conmigo, sino que cada uno tiene su vida. Sin embargo, creo que en el fondo, a todos les gusta”, reflexionó sobre la actitud del público.

El arte como salvación y encuentro

La música y el arte la llevaron a recorrer distintos lugares, como Córdoba, Buenos Aires y Brasil, y comentó que el público siempre es ambiguo. “A mí me tocó estar cantando y que la gente llore”, relató mientras, detrás suyo, un adolescente con uniforme escolar se anima a pedir una guitarra y toca “El Anillo del Capitán Beto”.

Geraldine no considera necesario ser un virtuoso en la guitarra o tener una voz única e inigualable. Para ella, lo importante es el mensaje y la entrega. “El arte, por más pequeño que sea, es valioso porque puede salvar una vida”, afirmó con convicción.

El sol va bajando en la plaza y las últimas notas resuenan en el aire. Un pequeño grupo aplaude con entusiasmo, otros dejan caer algunas monedas en la gorra. La artista sonríe y agradece, consciente de que, en cada presentación, el arte sigue cumpliendo su propósito: conectar, emocionar y, quizás, cambiar una vida.

Antes de despedirse, Geraldine compartió una última reflexión: “Cuando paso mucho tiempo sin cantar o tocar en la calle, lo extraño. Porque en esos lugares conozco gente, conecto y siento que todos somos iguales”.

Para ella, la calle es más que un escenario: es un espacio de encuentro donde el arte borra diferencias y acerca a las personas.


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Mbororé, 384 años de una hazaña misionera y guaraní

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Mbororé

El 11 de marzo de 1641, hace 384 años, una armada precaria, impulsada más por el arrojo de sus hombres que por el poder de sus armas, expulsó a una de las últimas escuadras de bandeirantes portugueses que incursionaban en territorios de la entonces América española, con fines de robo y esclavitud.

La gesta, que forma parte de las efemérides misioneras y tiene su serenata anual, tuvo como epicentro el Cerro Mbororé, un peñón de piedra caliza que se alza sobre el río Uruguay, a un puñado de kilómetros de la actual localidad de Panambí. Hoy, dos cruces de madera recuerdan la hazaña de aquel ejército de indios y sacerdotes jesuitas que enfrentaron una fuerza que los doblaba en número y poder de fuego, y vencieron.

Los historiadores coinciden en señalar que la bautizada Batalla de Mbororé fue el primer combate naval de la historia argentina, aunque hubiera ocurrido doscientos años antes de los sucesos de 1816 en Tucumán, que marcaron el inicio de la construcción nacional.

mbororé

Bandoleros y esclavistas

“Bandeirante” es una palabra portuguesa que refiere a “bandeira” (bandera) y, mientras la historiografía española los presenta como bandoleros armados y peligrosos, en Brasil la narrativa oficial les reconoce un papel indiscutible en la expansión portuguesa más allá de los límites establecidos en el Tratado de Tordesillas, de 1494, que pretendía ponerle un freno a las ambiciones de Lisboa en América.

Las bandas de bandeirantes comenzaron sus incursiones armadas hacia el sur del continente, unos cincuenta años antes del choque de esa mañana en aquel tranquilo recodo del río Uruguay.

Descendientes de primera y segunda generación de portugueses de San Pablo, los bandeirantes perseguían los sueños de riqueza alimentados por dos siglos de historias sobre la abundancia de oro y plata en los territorios ocupados por España; como también, la cacería de guaraníes para venderlos como esclavos a fazendeiros y burgueses de metrópolis que empezaban a relucir.

Pronto, las reducciones de la Compañía de Jesús se convirtieron en objetivo y los ataques arreciaron, lo que llevó a los jesuitas a armar y entrenar a los indígenas para la defensa de sus territorios.

Curas como Cristóbal Altamirano, Pedro Mola, Juan de Porras, José Domenech, Miguel Gómez y Domingo Suárez, que se lucirían en Mbororé, conformaron verdaderos estados mayores jesuitas que, no solo perfeccionaron el arte de la guerra conocido hasta entonces en estas tierras, sino que frenaron y desalentaron definitivamente las incursiones invasoras.

La trampa perfecta

Sesenta canoas, con medio centenar de arcabuces y mosquetes, conforman la armada del cacique Abiarú, que flota inmóvil en el arroyo Mbororé; mientras, en tierra, miles de guaraníes comandados por el cacique Ñeenguirú, esperan atrincherados al enemigo que, a esa hora del amanecer, navega confiado hacia la trampa.

La escuadra bandeirante se compone de una numerosa flotilla de balsas y mas de 3.000 hombres bien pertrechados: unos 500 europeos y mamelucos (nombre que los portugueses daban a los mestizos), y el resto, dos millares y medio de indios tupíes, temidos por su fama con los arcos y los proyectiles de piedra.

Es una fuerza descomunal, comparada con el despliegue de los defensores guaraníes y jesuitas que, pese a la desproporción de recursos, tienen a su favor el conocimiento del terreno y hasta cuentan con un arma secreta, producto del ingenio como de la desesperación: cañones de tacuaruzú, que permiten uno o dos disparos, y que resultan decisivos.

El choque se inclina, enseguida, a favor de las fuerzas de Abiarú, que emergen de las sombras del río y sorprenden, de tal manera, al enemigo, que este no tiene más opción que replegarse y buscar refugio en las orillas, donde lo espera Ñeenguirú y sus hombres.

La emboscada funciona y los bandeirantes apenas alcanzan a escapar, para reagruparse en una posición que nunca consiguen convertir en fuerte, y de la que pueden huir solo unos pocos afortunados, que sobreviven para contar la derrota a sus patrones en San Pablo.

Mbororé es un hito, afirman los historiadores. El relato de los hechos escala los límites de la proeza y describe la más grande hazaña misionera y guaraní que hoy se recuerde en la Tierra Sin Mal.

 


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Un profe argentino: la historia del misionero que emigró a China en 2020

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Un profe argentino: la historia del misionero que emigró a China en 2020

Siendo un flamante graduado profesor de música y sin tiempo para aprender el idioma, el misionero Juan Martín Zayas emigró hace cinco años a China. Desde niño lo apasionaba viajar y, aunque Chongqing lo cautivó por su moderna arquitectura y la hospitalidad de sus habitantes, busca que su día a día sea lo más argento “posible”.

Durante una conversación telefónica con La Voz de Misiones, el posadeño de 30 años recordó cómo nació su interés por el país asiático, sus primeros meses aprendiendo chino, las dificultades que atravesó para hacer amigos en una ciudad con más de 30 millones de habitantes y su amor por la música y el deporte.

El primer acercamiento

Todo comenzó cuando a los 17 años Juan partió a la provincia de Santa Fe para estudiar Economía, pero con el tiempo descubrió que no era algo que lo motivara y decidió cambiarse al profesorado de Música. Esa pequeña, pero determinante decisión, despertaría su curiosidad por el cuarto país más extenso del mundo, después de Rusia, Canadá y Estados Unidos.

“No se me había ocurrido emigrar cuando me fui a estudiar. En el transcurso de la carrera conocí a estudiantes de intercambio, entre ellos a unos chinos que son de la ciudad donde vivo ahora. Ahí me surgió la duda y empecé a investigar un poco más”, relató Juan, en una entrevista telefónica con LVM.

El municipio Chongqing, ubicado en el suroeste de China, fue materia de investigación para el joven mientras continuaba con sus estudios en Argentina. Incluso, mucha de la información que adquirió en ese momento de su futuro destino le aportó una joven con la cual estuvo de novio y había viajado de intercambio a esa ciudad. “Ella me explicó más a detalle cómo era vivir acá”, reveló.

Un profe argentino: la historia del misionero que emigró a China en 2020

El profesor misionero recorriendo Chongqing.

Emigrar a China

Al recibirse de profesor de música en Santa Fe, Juan Martín comenzó a indagar sobre los paquetes que ofrecen los chinos para contratar a profesionales de diferentes partes del mundo que buscan desembarcar en el país.

“Emigrar a China es un poco diferente a otros países como Australia, Nueva Zelanda o España, porque acá no existe esa posibilidad de venir como turista y después cambiar la visa para trabajar. Eso no existe”, explicó el misionero a LVM.

En esa línea, relató: “Yo vine ya contratado por una empresa que necesitaba profesor, ellos me tramitaron la visa. Es bastante seria la cosa en ese aspecto. En mi caso, cuando llegué ya tenía un lugar para vivir. Por lo general todos los paquetes son muy buenos y ya contemplan el caso de la vivienda”.

Sobre las posibilidades de obtener la ciudadanía para quienes deseen permanecer en el país, el profesor comentó que “hay algunas formas para ser ciudadano chino o el permiso para vivir acá y trabajar, pero es muy complicado de tenerlo. Una de las posibilidades es casándose con una persona china o tener una categoría muy alta, como por ejemplo, abrir una empresa que le sirva al país”.

Un profe argentino: la historia del misionero que emigró a China en 2020

La vista que se aprecia desde el balcón del misionero en la ciudad china.

Desafíos

La pandemia por el Covid-19 comenzaba cuando Juan desembarcó en China para enfrentar nuevos desafíos. Por la situación epidemiológica que obligó a las poblaciones de todo el mundo a mantenerse aislados, el misionero aprovechó el tiempo para aprender el idioma, algo que desconocía por completo.

Cuando llegué no sabía hablar nada de chino, porque yo me recibí y me vine, no tuve nada de tiempo como para aprender el idioma. Justo arrancaba el tema del Covid, entonces empecé a estudiar. Después practicando obviamente todos los días. Todavía hay cosas que no entiendo, porque es bastante complicado”, rememoró.

Y continuó relatando cómo fue el proceso de adaptación en la nueva ciudad: “No fue muy fácil, realmente fue muy complicado. El primer mes fue el más complicado, la comida me parecía fea, no tenía amigos, no conocía a nadie.  Yo vivo en una ciudad muy grande, somos entre 30 y 40 millones de habitantes, y no me cruzaba un extranjero caminando en ningún lado”.

Pasada la etapa más crítica de la pandemia y cuando el mundo iniciaba una nueva normalidad, el profesor encaró su primera experiencia como docente de inglés en un jardín de infantes.

Objetivo

“El primer día fue raro, porque, además, fue mi primer día de trabajo en toda mi vida. No había tenido un trabajo propio antes, había hecho algún trabajo de medio tiempo, algún taller, pero mi primera experiencia fue enseñarle a un niño de 3 años con una dinámica diferente a lo que conocía”, contó Juan acerca de su primera vez frente a un aula, la cual recuerda como “una experiencia desafiante pero super linda”.

Una de las principales metas del posadeño era ingresar como docente a una de las escuelas de China reconocida internacionalmente, un objetivo que logró hace tres años cuando fue contratado por la secundaria Bashu BI Academy para dar clases de educación física.

“Acá hay escuelas que son reconocidas internacionalmente, que son muy buenas y siempre el objetivo fue llegar a esas escuelas. Fui escalando, cada año me iba subiendo, por así decirlo, un eslabón más arriba, hasta que llegué a la escuela donde estoy ahora, trabajo con adolescentes entre 12 a 14 años”, relató.

Un equipo y una boda en Hong Kong

Durante los primeros meses, conocer a migrantes y hacer amigos era casi imposible para Juan en una ciudad tan grande. Hasta que un día, un irlandés llegó a la escuela en la que trabajaba y “me contó que conoció a otro chico que era como un coach de futbol, que había un equipo internacional, como de la ciudad. Me pasó el contacto y se dio la casualidad que era de Uruguay, entonces dije: ‘¡Chau, este vago me salva la vida acá!’, fui a verlo y ese mismo día conocí 25 personas nuevas“.

CQIFC, el club internacional de Chongqing, cobijó al misionero con una de sus pasiones, a tal punto que con el tiempo llegó ser presidente del equipo: “Fue un antes y un después, ese club me salvó la vida. Siempre estuve muy metido. Es un equipo de extranjeros en esta ciudad”.

Juan junto a un amigo oriundo de Escocia.

No solamente hizo amigos cuando descubrió el equipo internacional, sino que también conoció a Katerina, una joven ucraniana con la cual se casó hace poco tiempo: “Acá los extranjeros van casi siempre a los mismos lugares, y yendo a boliches, con amigos en común, nos conocimos”.

Para sellar el amor entre ambos, después de cuatro años de novios, los jóvenes eligieron un lugar especial: “Fue todo un quilombo. Un argentino y una ucraniana casándose en Hong Kong, medio random (raro) todo. Fue entre los dos, después volvimos a nuestra ciudad e hicimos una comida para festejar y terminamos siendo más de 60 personas en mi departamento”.

Luego de la travesía que implicó su boda Hong Kong, ahora los recién casados planifican un evento para celebrar la unión “junto a mis viejos y algunos familiares”, adelantó el posadeño.

El misionero en Hong Kong con su esposa Katerina.

Gastronomía

Naturalmente, acostumbrarse a otros sabores y probar comidas nuevas es un proceso por el cual atraviesan las personas que eligen dejar su tierra natal.

En el caso del profesor posadeño, el principal obstáculo fue el picante. “Creo que el primer mes perdí como cinco kilos, no podía comer nada acá, era increíble”, contó a LVM y añadió que es algo muy común en China salir a comer, pero ante este cambio tan brusco en la gastronomía, él optaba por cocinarse.

“China es un país muy grande, es como un continente, entonces hay diferentes tipos de comida dependiendo de la zona en la que estés. Esta ciudad es conocida por ser la comida muy, muy, picante”, explicó y confesó que hoy en día “como picante como nada, me encanta”.

En cuanto su rutina en el país asiático, describió: “Siempre trato de tener la vida más argentina que puedo. Entonces me levantó, desayuno, me voy a trabajar, después me junto a comer con algún amigo, tengo otras clases, me voy al gimnasio, después capaz juego un partido o me junto con amigos a tocar música”.

Cautivado por la ciudad

Consultado por LVM sobre lo que extraña de la tierra colorada, Juan respondió: “Los amigos, la familia, sin dudas. Son un pilar, sobre todo en épocas festivas. También la tranquilidad y que podés llegar caminando a la mayoría de los lugares”.

Al nombrar lo práctico de las distancias y la tranquilidad de Posadas, el profesor se refirió a las diferencias que tiene la capital misionera con Chongqing.

“Es una ciudad muy grande, a mí me gusta mucho, pero hay momentos que tenés que ir al otro lado de la ciudad y ahí pensás ‘uuuu’, cuando en Posadas en cuestión de minutos podés estar en cualquier lado”, sostuvo.

Y contó más detalle sobre la ciudad que lo tiene cautivado: “Lo que me llamó mucho la atención es que tiene unos edificios ultramodernos con luces y, alado, tenés una casita muy humilde. Es una ciudad que creció rápido y todavía se ven esos contrates entre lo viejo y lo nuevo”.

Otra cualidad de Chongqing para el profesor es la hospitalidad de los lugareños: “Son super cálidos, no al nivel de un latinoamericano, no son tan abiertos, capaz, son más tímidos, pero son muy cálidos”.

En esa línea, Juan opinó: “Hay una imagen totalmente desconocida de China. Entonces cuando vienen acá se encuentran con una ciudad donde la gente te trata bien, te invitan, que son amistosos, algo que nunca en la vida te imaginarías”.

Calidad de vida

Por último, el posadeño descartó un posible regreso a Argentina por el momento, ya que está “encantado” con el país asiático. Sin embargo, admitió que “no sé si viviría toda mi vida, pero unos años más me quedó por acá, porque honestamente tengo todo lo que quiero, obviamente a mi esposa, dos gatos, tengo muchísimos amigos”.

“La verdad que la paso muy bien, y si me mudo a otro lugar tendría que ser con la misma calidad de vida que tengo acá y eso es difícil de encontrar”, cerró el profesor Juan Martín Zayas, que hace cinco años emprendió la aventura de emigrar a un destino desconocido.

Chongqing capturada de noche por el profesor misionero.

Posadeño migró hace 10 años: “Misiones no tiene nada que envidiar al mundo”


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