Historias
Posadeño migró hace 10 años: “Misiones no tiene nada que envidiar al mundo”
Con el objetivo de aprender inglés y vivir la experiencia para luego regresar a la tierra colorada, sin imaginar que se convertiría en un migrante más, Sebastián Ramírez partió en 2014 rumbo a Nueva Zelanda con una visa de estudio que le abrió el camino a conocer otros destinos, aunque no olvida ni menosprecia la tierra colorada. “Misiones no tiene nada que envidiarle a otros lugares”, afirmó el posadeño en conversación telefónica con LVM.
“Yo estudiaba turismo, me gustaba viajar, pero no era mi idea irme y no volver. La idea era irme y aprender inglés. Sabía que en Nueva Zelanda se trabajaba bien, entonces la idea era ahorrar un poco de plata, tener esa experiencia y volverme al año”, recordó el ex estudiante de la Universidad Nacional de Misiones (Unam) sobre aquella decisión que cambió sus planes por completo.
El comienzo del viaje
Mientras estudiaba y vivía la experiencia en el país ubicado en el Pacífico Sur, el posadeño de 34 años conoció a personas que “te abren un poco a todas las oportunidades y empezas a ver que hay otras cosas para hacer. Es un país muy abierto al mundo y hay muchos viajeros”.
Entre charlas, datos e información adquirida en ese tiempo, con amistades que fue forjando y teniendo en cuenta también la alta demanda de trabajo bien remunerado en Nueva Zelanda, Ramírez optó por alargar su estadía fuera de su país natal.
“Empecé a trabajar en una fábrica de empaquetados en la isla sur de Nueva Zelanda, que me ofrecieron la visa. Me quedé porque me gustó y estaba aprendiendo. Ahí empezó mi viaje”, relató Sebastián.
Un poco más de tres años vivió el posadeño en Nueva Zelanda, hasta que, cansado del frío y ante las buenas referencias que recibió por parte de viajeros y amigos sobre Australia, nuevamente armó las valijas y desembarcó en un nuevo destino.
“Me comentaban que se ganaba mejor y que el clima era más lindo, entonces vi esa oportunidad y me saqué la visa”, contó Sebastián a LVM y añadió: “Ahí cuesta un poco más, pero en realidad hay mucho trabajo. Básicamente, era mirar el mapa y decir ‘a ver qué ciudad linda quiero ir o conocer’ y caer ahí a buscar trabajo. Literal a la semana estás trabajando de lo que sea”.
Poder adquisitivo
En cuanto a las ofertas laborales en Australia, Sebastián detalló: “Hay muchos trabajos de campo, recolección de frutas, en hoteles, restaurantes, todos fáciles de conseguir, por decirlo así”. En esa línea, destacó la posibilidad de ser “prescindible” en estos puestos que permite a los migrantes estar en constante movimiento.
“Mi idea era viajar y allá es todo por semana, te pagan el sueldo por semana, entonces tenés otra dinámica de cobrar, de viajar. El alquiler también tenés que pagar por semana. Entonces, básicamente, la ecuación es: un día que trabajes pagas el alquiler, el segundo la comida, el tercer día tus gastos y lo otro ahorras, porque te permite ahorrar también”, reveló el posadeño.
Consultado por La Voz de Misiones si se desempeñaría dentro de estos rubros estando Argentina, Sebastián respondió firmemente: “La verdad que no”.
Y argumentó: “Por el sueldo más que nada, los trabajos no están bien remunerados, uno tiene que trabajar mucho más para poder tener algo y en Australia o Nueva Zelanda se puede progresar muy rápido. Haces unas horas extras y ya te compras una zapatilla que te gustó y no tenés que estar pensando en pagar en cuotas. Al final uno se desvive por algo que debería ser normal tenerlo”.
Si bien no realizaría los mismos empleos en Argentina que en el exterior, el joven sostuvo que lo importante es “acomodarse a la ciudad” y enfatizó el rol que ocupan otros migrantes que atraviesan el “mismo sentimiento”.
“Estás hablando con alguien que estudió arquitectura y de repente estamos haciendo lo mismo. Te iguala mucho al otro y te hace más empático también a la hora de salir a otro lado, ver a una persona trabajando y decís ‘yo pasé por eso también y sé lo difícil que es’”, reflexionó y agregó: “Cuando uno llega con ganas de hacer una cosa u otra y al final se encuentra haciendo un trabajo que no tiene que ver con lo que estudió o imaginó, como que te baja un poco los pies a tierra”.
Sobre cómo es la modalidad para alquilar en los países que estuvo, el joven comentó que es muy común que entre varias personas paguen semanalmente una vivienda con varias habitaciones y compartan los espacios comunes, ante los altos costos para abonar un lugar mensual en caso de querer vivir solo.
“No es que uno alquila un departamento para uno, se comparte. Son casas grandes que alquilas entre tres o cuatro amigos la habitación, es así más o menos como se manejan. Si querés vivir solo ya es otra historia. Los alquileres son altos, entonces la gente comparte mucho”, precisó.
También comentó que familias en las que los hijos se han independizado alquilan sus habitaciones, dándole al inquilino autonomía: “Está como bien visto, no es algo raro, lo alquilan. No por necesidad, sino porque por ahí están aburridos, conocen gente, te dan tu privacidad, si querés compartir con ellos también”.
Dificultades de un migrante
Para Sebastián, una de las mayores dificultades que se le presentó como migrante, además de extrañar a sus vínculos cercanos y la cultura argentina, fue el idioma, pese a que tenía un conocimiento básico adquirido durante sus años de escolaridad.
“Es una traba para conseguir trabajos mejores pagos, como no sabes inglés, yo me fui pensando que tenía más o menos una idea con el inglés de la escuela, pero no, una vez que llegas ahí, no entendés nada”, afirmó el posadeño.
Sin embargo, la gran presencia de latinos en diferentes partes del mundo ayuda a que los nuevos migrantes puedan sobrellevar la situación los primeros meses hasta que mejoran su desempeño en el idioma.
“En la mayoría de los trabajos vas a encontrar un latino, que es el que se encarga de darte la bienvenida y ayudarte en todo”, relató Sebastián y recordó la vez en la que se cruzó con un misionero en un trabajo y después de hablar un rato en inglés ambos se dieron cuenta de que ambos eran misioneros: “Fue muy gracioso”.
Cultura argenta
Con respecto a la gastronomía de Nueva Zelanda y Australia, el posadeño comentó que “no tienen su propia cultura de comida, entonces son más de las comidas asiáticas, o de la India. Ahí sí que se extrañaba un poco la argentina, la milanesa, las empanadas, los asados“.
Por la gran diferencia gastronómica, sus planes con sus amigos siempre tenían como objetivo un platillo argentino. “Con lo que conseguíamos, porque no encontrás las mismas cosas como la tapa de empanada o el Fernet, no es tan fácil”.
Cuando se habla de cultura argentina es imposible no pensar en los bares con una tele sintonizada en un canal deportivo, transmitiendo algún partido, ya sea local o no, que acompaña el momento de la comida o un encuentro con amigos, una costumbre que el hincha del Club Atlético Boca Juniors solo revive durante sus visitas a la familia en la tierra colorada.
“A mí me gusta mucho mirar fútbol, al principio extrañaba, esa cultura futbolera no hay allá, es mucho rugby. En Argentina te vas a un bar y están mirando fútbol y uno mientras está tomando una birra ojeas por ahí el partido, allá era rugby, llegabas y en todos los bares estaban mirando eso. No entendía nada”, relató Ramírez entre risas y confesó que ahora solo cuando tiene tiempo, y por la diferencia horaria, mira los partidos de su equipo.
El amor
El deseo del joven posadeño no es radicarse en un lugar definitivo, por el momento, lo que hizo que sus primeros vinculos amorosos fuera del país sean “esporádicos” y “muy intensos” a la hora de partir a otro rumbo desconocido.
Sin embargo, cuando trabajaba en la isla australiana Keppel tuvo la “fortuna” de conocer y enamorarse de una salteña, quien ahora es su compañera de viaje.
“Al estar viajando se crean lazos muy fuertes y esporádicos, porque es muy difícil conectar con alguien que también tenga la misma ganas que vos o viajar por los mismos lugares, entonces las conexiones son muy lindas y después las despedidas muy intensas, pero tuve la suerte de conocer a Juli ahora que es mi novia“, relató a LVM.
Y comentó: “Éramos 50 habitantes. Ella es de Salta. Hay gente de todo el mundo, pero al final uno conecta a nivel profundo con alguien que comparte más cosas”.
“No sé si hay un país más hermoso”
Además de Nueva Zelanda y Australia, el misionero Sebastián Ramírez recorrió Asía por medio de voluntariados, algo que “es muy común entre los migrantes” explicó: “No necesitas tener mucha plata, obviamente el pasaje, pero hay páginas que te conectan con gente para hacer voluntariados de todo tipo y es más fácil”.
En esa línea, precisó que existen sitios web donde se paga una membrecía por año alrededor de 50 dólares que “puede sonar caro, pero a la vez te da un año, si sos organizado, podés conectar con gente que busca personas para que le ayuden en ciertas cosas, trabajas tres horas al día y te dan hospedaje y comida, está bueno también porque te metes más en la cultura de la gente, esa experiencia fue hermosa”.
Otro destino que conoció el misionero fue Tailandia, un país ubicado en el sudeste asiático famoso por sus playas tropicales, acostumbrado a recibir a miles de turistas por año.
“Como a mí me gusta la playa y me gustó mucho la cultura tailandesa, estuve en Koh Phangan por tres meses. Me encantó su cultura, su comida, la gente muy feliz. Yo me iba con la idea de que quizás era medio peligroso, pero la verdad que para nada, la gente muy amable y preparada para el turista y muy abiertos a que conozcas su cultura, Tailandia me pareció un lugar hermoso”, expresó.
Actualmente, el joven trotamundos de 34 años desembarcó en Barcelona (España) donde planea vivir unos dos años, mientras tramita su visa y aprovecha para desenvolverse en un rubro que le apasiona: “Soy DJ también y acá hay mucha movida así para tocar música, pienso quedarme un tiempito”.
En cuanto Argentina, Sebastián analizó que entre los diferentes lugares que visitó en estos últimos años no imagina “si hay un país más hermoso que el nuestro”, al tiempo que recordó una anécdota junto a sus amigos que le hizo valorar más su provincia natal.
“El primer año que salí en Nueva Zelanda, que es todo montaña, otro tipo de lagos, de paisajes. Un día organizamos para ir a una cascada, yo no miré la foto, era una hora caminando. Fuimos y era una cascada chiquitita, por decirlo así, y ellos estaban emocionados, decían ‘que lindo’, se metían y yo, acostumbrado a otra cosa, dentro mío, pensaba caminamos una hora para ver esta cosita”, relató el joven.
Y reflexionó: “Claro, ahí se da cuenta uno de donde viene y las cosas que tiene y que no las ves como es, lo hermoso que es tener un patio y caminar descalzo, la naturaleza, por ahí lo que más extraño es tener un patio o caminar descalzo”.
Por último, sobre la tierra colorada, Sebastián afirmó: “Misiones no tiene nada que envidiar a muchos lugares del mundo. Somos privilegiados de tener esa provincia tan hermosa con naturaleza. Uno no lo valora como debería, lástima la economía. Lo único que le queda a Argentina es mejorar su economía, el día que lo haga yo me vuelvo. Me gusta viajar, pero nuestro país es el mejor del mundo”.
Historias
De Santiago de Liniers a Ecuador: el misionero que migró por amor
En el mundo, hay 281 millones de migrantes. Personas que dejaron su tierra natal por diferentes razones. A algunas las invadió las ganas de conocer cada rincón del planeta o llevan consigo un espíritu viajero. A otras, la situación económica de su país no les dejó otra alternativa y se armaron de valor para emprender un nuevo camino. También existen quienes, atravesados por el amor, viajaron a un destino desconocido antes de quedarse con un “¿qué hubiera pasado sí…?”, o están también quienes juntaron fuerzas tras una ruptura amorosa o la pérdida de un ser querido para encontrar un poco de consuelo en nuevas aventuras.
De acuerdo a un informe revelado en noviembre por la Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación, a cargo de Guillermo Francos, 1,8 millones de argentinos migraron entre 2013 y 2023. Las razones seguramente son infinitas, pero lo cierto es que en este momento hay misioneros en diferentes destinos forjando experiencias y La Voz de Misiones decidió contar sus historias. Hoy, el protagonista será Franco De Olivera.
Un destino, un amor
Franco De Olivera (36) es un fotógrafo oriundo de Santiago de Liniers que hace cuatro años reside en un pueblito costero de Ecuador. En plena pandemia, cuando apenas las aerolíneas comenzaban a reactivar los vuelos internacionales, viajó al país sudamericano para reencontrarse con Karen, una ecuatoriana que conoció durante un encuentro católico para jóvenes en Panamá en enero del 2019 y con quien “pintó un amor de verano”. Tiempo después iniciaron una relación a distancia debido a la imposibilidad de verse por la situación mundial a raíz del coronavirus.
“No era la idea migrar”, reconoció Franco entrevistado por LVM, mientras recordaba sus primeros meses en el país donde nació la joven arquitecta que lo cautivó.
“El 31 de diciembre exactamente del 2020 una aerolínea habilitó un vuelo a Ecuador y yo pensé ‘me voy a la mierda’, con la locura de la pandemia, no sabíamos si el mundo continuaba o terminaba y dije ‘chau, me voy’”, contó el misionero desde Ecuador.
La idea del fotógrafo era simple: vacacionar para conocer el país y compartir momentos con Karen durante un mes. Sin embargo, agotados los días optó por quedarse más tiempo hasta que, al tercer mes, tomó la decisión definitiva de radicarse en la localidad de Chone, provincia de Manabí.
En cuánto a las dudas e incertidumbres que atravesó al comienzo, Franco sostuvo que “por momentos me pegaba como el miedo, porque el tema del amor a veces es complicado. Uno no sabe quién es la persona correcta y quién no lo es, si uno supiera se evitaría un montón de dolores de cabeza”.
La mayor preocupación para el joven era que el vínculo amoroso no prosperara con Karen y quedarse “en la calle”, ya que para ese entonces se alojaba en una vivienda familiar de la ecuatoriana y ella lo “bancaba” económicamente hasta que pudiera regularizar su situación en el país.
“Eso me daba un poquito de miedo de momento, pero como la relación fue creciendo muy bien, mi relación con ella es súper bonita, nos entendemos muy bien, para mí eso fue clave, que siempre funcionamos como pareja. Gracias a eso, creo que nunca he tenido ni un solo inconveniente, al punto de decir me tengo que ir de la casa”, confesó Franco.
Ganar en dólares
Antes de partir a Ecuador, el misionero de 36 años trabajaba como fotógrafo de eventos sociales y también se desempeñaba como reportero gráfico para el diario El Territorio en Eldorado.
Tuvo que reinventarse cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la pandemia y el mundo del trabajo cambio definitivamente, fue así que vio como una buena opción hacer delivery. “Ganaba súper bien porque era el boom del momento, pero no era algo que yo quería seguir haciendo, era momentáneo”, afirmó Franco.
Después esas vacaciones que había planeado para visitar a su pareja, el joven de Santiago de Liniers tenía pensado regresar a Misiones y luego emprender rumbo a Córdoba o a Buenos Aires para creer profesionalmente. Sin embargo, al enamorarse y cautivado por la moneda que maneja la economía ecuatoriana, cambió rotundamente sus planes
“Me gustaba la idea de que acá se gana en dólares, eso para mí era una ventaja. Ahí arranque y no volví a vivir más a Argentina. Sí voy una vez al año para visitar a mi familia, pero no regreso más, al menos por ahora, en algún futuro capaz que sí”, admitió.
En esa línea, explicó que, en Ecuador, a diferencia de otros países, es más accesible conseguir una visa para radicarse. “Más siendo argentino”, contó, aunque igual que todo tramite, lleva su tiempo.
Para ello, el Estado le otorgó una provisoria por dos años con la única condición de que “facture un sueldo mínimo que son unos 475 dólares, que es súper bajo y no alcanza, pero tenía que facturar eso”.
Sobre este trámite, el joven precisó: “Es súper fácil para los argentinos. Primero que tenés una visa de turismo que dura seis meses. Luego cuando estaba por completar los seis meses empecé a hacer los papeles y me dieron una visa temporaria que duraba dos años, con esa visa temporaria podía trabajar, abrir una cuenta en el banco, pagar los impuestos y con eso pude empezar a tener un estatus legal”.
Inesperadamente, cuando Franco estaba por cumplir los dos años de residencia y avanzar con los trámites, el vínculo con su pareja Karen se fortaleció y decidieron casarse: “Automáticamente, pasé a tener una visa de amparo que ya no tiene fecha de vencimiento”, contó.
Fue así que logró una estabilidad legal en Ecuador, además, de formar una familia junto a la ecuatoriana quien antes de conocerlo ya era madre de una pequeña llamada Alma: “Soy su papá de corazón”, expresó el joven.
Gastronomía: “Una cosa de locos”
Como todo migrante, Franco De Olivera atravesó dificultades para adaptarse a su nueva vida, a una nueva cultura, a nuevas formas de vincularse socialmente y, sobre todo, a una nueva gastronomía.
“Aunque esté en América, la cultura es bastante diferente. Arrancando desde la comida que acá comen full plátano, que es una variedad de la banana. Es un plátano algo verde, prácticamente banana verde digo yo y con esa cosa hacen 300 variedades de comida. Una cosa de locos”, relató el misionero entre risas durante la conversación telefónica con LVM.
Además, Franco detalló algunos de los platos que los ecuatorianos elaboran con la fruta conocida popularmente en el país como “guineo”, la cual registra un consumo per cápita (por persona) anual de 40 kilos y existen más de 60 recetas navegando por internet.
“Hacen con chicharrón, con queso, con sopa, es una locura”, dijo y añadió que para él “es pesadísimo, los primeros tres meses sufrí como un malparido con la comida”.
Charlando sobre las comidas típicas del país, el joven recordó uno de los primeros platillos tradicionales que probó: “Cuando recién había llegado, me prepararon una tortilla de desayuno, una tortilla de huevo con camarón, más algo que se llama el tigrillo, un plato que también tiene plátano verde bien molido cocido con queso y chicharrón”.
En esa línea, el misionero comparó el consumo del pan en Argentina con el arroz en Ecuador ubicándolos en el mismo nivel.
“¡Ay! El arroz le meten a todo, es como el pan nuestro que comemos en el desayuno, almuerzo y la cena. Bueno, para ellos es el arroz, si no hay arroz no hay comida prácticamente”, relató.
Otra anécdota que Franco recordó de sus primeros días de estadía en Ecuador fue cuando hacía el clásico choripán para vender y solventarse económicamente.
“Al ser argentino, le guste a quien le guste, y le pese a quien le pese, es un punto a favor. Uno dice, soy argentino y ya tenés una estrellita más, es así. Eso me ayudaba bastante, entonces decía que tenía choripanes para vender y juntaba full pedidos. Hacía con chimichurri, conseguía un chori más o menos bueno, y eso salía mucho”.
Viejas costumbres
Junto a su nueva familia, Franco De Olivera vive en la localidad de Chone, la cuarta ciudad más grande de la provincia Manabí, ubicada al norte, en una zona costera que alberga una población aproximada de 50.000 ecuatorianos.
“Estoy a 30 minutos de la playa, una cosa hermosa. Nosotros que somos de Misiones y si queremos una playa, playa, tenemos que viajar hasta Brasil, para mí tener una acá a 30 minutos, y es la playa encima, es algo espectacular”, destacó el joven sobre su actual ciudad.
Seguidamente, en cuanto a los pobladores y los avances de la localidad, Franco comentó: “Hay gente muy amable, servicial, realmente en ese sentido, son como los argentinos. El pueblo tiene las mismas costumbres que hace 30 años, no ha evolucionado en ese sentido, aunque hay edificios y tiene todo lo que uno necesita, si hay muchas cosas en las que para mí están atrasados, como por ejemplo en la sanidad”.
Y describió: “Vas por la calle y ves a las personas andando en bicicleta y con las gallinas colgadas en los manubrios, después hay personas que arman un triciclo y llevan a otras de un punto a otro punto, como tipo taxi, tiene muchas cosas de pueblo todavía, hay gente que para el auto en el medio de la calle para hablar con el vecino y se arma un desorden en el tránsito, con eso también sufrí bastante”.
Entre las costumbres que más le llamó la atención del lugar y que, pesé a que es “normal” para los ciudadanos de Chone, no la implementa en su rutina, Franco sostuvo que la jornada laboral va de lunes a lunes, es decir, sin día de descanso como es habitual en Argentina.
“No descansan, salvo los que trabajan en el municipio, o en alguna que otra oficina, después el normal de la gente trabaja de lunes a lunes. Para mí es chocante, porque con mi familia la costumbre es los domingos comer juntos, visitar algún pariente, vamos al río, no sé, hacemos algo. Yo los domingos acá no trabajo, me voy a la playa, hago otra cosa, que trabajen los que quieran”, sentenció el misionero.
Inseguridad
Una problemática que lo preocupa de su ciudad y del país en general son las bandas delictivas: “Ecuador está tomado por el narcotráfico, manejan todo prácticamente y es bastante inseguro en ese sentido”.
Luego, expuso una experiencia que tuvo hace aproximadamente un año cuando delincuentes lo llamaron para cobrarle un canon para trabajar en el pueblo. “Eso estuvo como de moda y fue una locura total. Tres veces intentaron vacunarme para tratar de sacarme plata y eso fue decir ‘me quiero ir’, nunca me había pasado”, expresó.
Y detalló una de la maniobras que utilizaban los “narcotraficantes” para persuadir a los trabajadores: “Me llamaron, me dijeron mi nombre, y como siempre que llama alguien podía ser un cliente nuevo, agarro la llamada, y me dicen ‘mira amigo nosotros somos’ y dice el nombre de uno de los tantos grupos que hay acá, después me dice ‘un colega tuyo nos pagó para que te demos de baja, pero a nosotros nos han hablado muy bien de ti, sabemos que sos un buen tipo, no te vamos a hacer nada pero tienes que colaborar con nosotros para que te cuidemos’”.
Afortunadamente, el joven no accedió al pedido y cortó rápidamente la comunicación para luego radicar una denuncia. Si bien está situación le provocó mucho miedo y estuvo a punto de regresar a Misiones, con el tiempo el peligro disminuyó y, adquiriendo las precauciones necesarias, decidió continuar viviendo en Ecuador.
Espíritu viajero y la familia argentina
Consultado por La Voz de Misiones si Ecuador sería el único lugar donde echaría raíces, el misionero comentó que siempre tuvo un “espíritu” viajero e incluso cuando conoció a su actual esposa en Panamá, luego de que terminara el encuentro religioso de jóvenes donde se conocieron, se quedó tres mes recorriendo “cada rincón” como mochilero: “Mochilero literal, con 10 dólares en el bolsillo”.
Asimismo, contó que tiene ocho hermanos y solamente él a decidió conocer diferentes partes del mundo. En una de esas aventuras, ya con su pareja, recientemente visitó la ciudad de Nueva York (Estados Unidos) y planea continuar forjando nuevos destinos juntos.
“Siempre fui muy aventurero, soy el loquito de la familia, porque somos nueve hermanos, y soy el único que ha viajado. Cuando estuve en Panamá en el 2019, como había hecho full amigos, me recorrí Panamá de punta a punta, fue toda una travesía, porque nunca lo había hecho, eso fue una experiencia hermosa”, relató.
Sobre el hecho de regresar a la Argentina, Franco afirmó que no está en sus planes por el momento, aunque destacó que con Javier Milei como presidente el rumbo económico “ha cambiado” y tiene esperanzas de que en el futuro el país tenga más estabilidad en ese sentido. De darse, sí tomaría como opción volver a su tierra natal acompañado de su esposa y su hija de corazón.
Mientras tanto, seducido por el país que lo acogió y le permitió equiparse con herramientas para trabajar de la fotografía, además, de montar un estudio, el misionero planea continuar construyendo su vida lejos de la Argentina.
“Creo que muchas veces estamos limitados a un lugar y creemos que no podemos progresar en otra parte y sí se puede, con esfuerzo, con dedicación y estar seguros del hecho de que se puede, porque creo que si yo me hubiera quedado en Eldorado o regresado no hubiera tenido las posibilidades o en el tema económico no estaría en las condiciones en las que estoy hoy”, cerró Franco De Olivera, uno de los tantos misioneros recorriendo el mundo y que contó su historia a LVM.
Historias
Manu Chao, el bar de la esquina y los “fueguitos de resistencia”
Los defensores del pastizal en la remera y el vecindario como la última trinchera. Manu Chao comparte su credo en esta charla producto del azar, un encuentro fortuito, que en lo personal me permito atribuir al destino y que no por casualidad transcurre también en la mesa de un bar.
El cantante franco español que hizo de Latinoamérica su casa y el alma de su música, repitió en Posadas una costumbre que parece haber adoptado como un ritual en sus giras por el continente: visitar los mercados populares de las ciudades y pueblos que recorre como un trovador errante desde 1987, cuando desembarcó en Perú, con Mano Negra.
Lo hizo en 2019, en Asunción, donde también respondió al llamado de la tribu y acudió a la cita del hashtag #ManuChaoEnLaChispa, un sitio contracultural del microcentro asunceno que lleva el nombre de una revista editada por el líder bolchevique y fundador de la Unión Soviética Vladimir Lenin, que hizo una campaña descomunal en redes para tenerlo en su sede de la calle Estrella, y donde el que el suscribe fue testigo de primera fila.
Manu Chao evoca aquella peña que arrancó en una mesa en medio de la calle con “Me llaman calle”, donde también estuvieron algunos de los productores posadeños del concierto del domingo, y que terminó en un dúo con un músico paraguayo muy querido, Pachín Centurión, anfitrión de La Chispa. “Siguen persiguiendo a La Chispa, lo quieren cerrar”, dice, en tono de denuncia, sobre la espada de Damocles del poder municipal que se cierne sobre el centro cultural que este mes cumple 10 años.
Enseguida, recuerda el Mercado 4, lo más paraguayo que puede encontrarse en Asunción. “Te podes perder horas ahí adentro”, agrega, hablando seguramente de su propio extravío por el más grande de los laberintos de la región, que entre sus ilustres visitantes tuvo al escritor Jorge Luis Borges, en 1986.
El sábado a la tarde, junto a su troupe de músicos y productores del concierto que daría en Umma la noche siguiente, recorrió La Placita y después el grupo se instaló en una mesa del Bar Imperial, en la esquina de San Martín y Roque Sáenz Peña, que por obra del azar se anota, de ahora en más, entre los sitios de culto de su tribu de seguidores locales.
Pronto, la esquina se volvió un epicentro de fans que llegaban de todas partes, atraídos por una historia de Instagram subida minutos antes por otro referente tribal, el bajista posadeño Tony Acuña, que se encontró a la comitiva bajando hacia el bar donde sucedieron todos los encuentros casuales de la tarde.
“¿De donde viene tu amor por Latinoamérica?”, propone alguien entre los presentes. Manu Chao rebobina y habla de Mano Negra, la banda con la que desembarcó por primera vez en el continente en 1987.
“Con Mano Negra conocí Latinoamérica”, cuenta el músico. “Me siento en casa, en una casa grande”, dice sobre ese romance forjado en kilómetros de paisajes, pesares y saberes, que convirtió en banderas y expuso en un millar de canciones emblemáticas.
La cercanía de la frontera tampoco pasa desapercibida para Manu Chao, uno de los pocos artistas que se ocupó de la desventura del migrante condenado a la angustia de vivir sin papeles; siempre huyendo de la migra, desterrado eterno. “Yo no soy racista, excepto con los aduaneros”, dispara el músico y todos en la mesa ríen.
“Ayer, subiste a Instagram un reel donde hablás de ‘montar fueguitos de resistencia’”, apunta otro de los comensales.
“En todo el mundo está pasando lo mismo. Hoy, el 35% de los franceses vota a candidatos supremacistas. No es algo exclusivo de la Argentina”, apunta Manu Chao, en su única frase política de la tarde. “Yo creo en el vecindario, en el poder de los vecinos; esos son los fueguitos de resistencia”, reflexiona.
Tampoco faltó la mención de Ramón Ayala, “el Carlos Gardel de la tierra colorada”, sugiere alguien en la mesa y la conversación viaja unas cuadras, a la Bajada Vieja y la entrañable melodía del Mensú, que alguien tararea.
El músico escucha con asombro el relato sobre la mítica calle y los orígenes de una ciudad que le debe todo al río, que su mayor trovador interpretó como nadie y la convirtió en poesía.
Historias
Los ferrys, entre el óxido y el olvido a 111 años de su llegada a Posadas
El viernes 18 de octubre pasado, se cumplieron 111 años de la llegada a Misiones de los ferrobarcos Roque Sáenz Peña y Ezequiel Ramos Mejía, los populares ferrys posadeños, que durante ocho décadas fungieron de puente fluvial entre Posadas y Encarnación, llevando y trayendo los convoyes del Ferrocarril General Urquiza que hacían el trayecto Buenos Aires – Asunción.
Construidos en Glasgow, Escocia, entre 1907 y 1910, los buques se embarcaron en 1913 en una increíble travesía a través del Atlántico para llegar a Buenos Aires y después a Posadas.
Eran tiempos convulsos en ambas orillas del Paraná. En Argentina, durante el gobierno de Roque Sáenz Peña, se había llegado al límite de la frontera agrícola y era el inicio de una larga depresión económica que se extendería hasta 1917 y cuya consecuencia más inmediata fue el incremento de la desocupación y su correlato de conflictividad social.
En Paraguay, gobernaba un periodista: Eduardo Schaerer Vera y Aragón, originario de Caazapá, hasta hoy el territorio más pobre del país. Y mientras Buenos Aires inauguraba su primera línea de subte, Asunción tenía una sola cuadra de pavimento de madera que la prensa bautizó con una expresión en francés: “Petit Boulevard”, donde se agolpaban las tiendas más refinadas y en cuyos escaparates se exponía el mundo.
Alejadas de los centros de poder, Posadas y Encarnación forzaban, por entonces, los límites de un territorio agreste, poblado por inmigrantes llegados de otros extremos del planeta.
La inauguración, el 2 de octubre de aquel año, del embarcadero de Pacu Cuá, cuyos restos todavía se conservan en el mismo estado de abandono que los ferrys posadeños, supuso el incremento del intercambio económico entre ambos países, con el transporte de productos de todo tipo.
De hecho, los primeros convoyes fueron cargueros hasta que se sumó el transporte de pasajeros. El tren tardaba unas 50 horas en recorrer los 1.518 kilómetros entre Buenos Aires y Asunción.
“Contribuyeron al crecimiento económico de Misiones, con el transporte de granos, aceite de tung, fertilizantes; más adelante entró el tren de pasajeros, que llegaba a Posadas todos los miércoles y embarcaba a Asunción, volviendo los domingos”, comenta Analía Colazo Bidegain, presidenta del Ferroclub Nordeste Argentino, heredero de los ferroaficionados posadeños y que se ocupa de la salvaguarda de la memoria y el patrimonio ferroviario.
Analía es hija de Sixto Ramón Colazo, que durante 45 años fue jefe de la zona fluvial en Posadas y como tal estuvo a cargo de la coordinación de cada viaje de los ferrys.
Ex trabajadora ferroviaria, Analía cuenta que creció en los emblemáticos buques mellizos. “A los cuatro años hice mi primer viaje: me subía con el capitán, iba al otro lado y volvía”, recuerda.
“De chico no entendías, pero al crecer se adquiere conciencia y creo que no hay hijo de ferroviario que no ame o respete lo que fue el trabajo de nuestros padres y a estos barcos”, afirma.
Destino final
En internet hay un sinfín de material sobre ambos buques, entre crónicas periodísticas, imágenes, videos e, incluso, fotografías de la inauguración de 1913, del Archivo General de la Nación.
Entre todos, el video titulado “El ferry del adiós”, publicado hace más de 10 años, recoge el invaluable testimonio de dos de sus protagonistas: el jefe Colazo y el capitán Vicente Arzamendia, ambos fallecidos en 2011, con un mes de diferencia.
En el material, de unos 16 minutos de duración, ambos hombres cuentan los pormenores del trabajo que implicaba el cruce del río, la labor a bordo y aportan datos precisos sobre el funcionamiento de los antiguos buques.
El video repasa también el papel de ambos buques en importantes eventos históricos: el transporte de suministros y heridos de la Guerra del Chaco, que enfrentó a Paraguay y Bolivia entre 1932 y 1935; y las labores de rescate de evacuados durante la gran inundación de 1983, que puso en jaque a todo el litoral argentino.
“Hace diez años que estoy de capitán de los ferrobarcos”, relata Arzamendia y la imagen lo muestra en el puente de mando, en plena faena por el río. “Llegué en 1956 y me embarqué como profesional baqueano durante seis años hasta que asumí como capitán”, cuenta.
“Tenemos un capitán, un oficial baqueano, un jefe de máquinas, un primer maquinista, un timonel, un contramaestre, dos cabos de asadores, seis marineros, cuatro foguistas, un mozo y un cocinero; es un total de veinte tripulantes”, contabiliza, a su vez, Colazo.
“Son muy necesarios porque cada uno tiene su tarea específica”, valora el entonces jefe de la zona fluvial y detalla: “El personal de cubierta realiza su tarea de carga y descarga; el personal foguista es el que mantiene la presión en la caldera a través de la leña que le va suministrando”.
Los buques, de 63 metros de eslora y 18,15 metros de manga, consumían unas cuatro toneladas de leña cada ocho horas. “La temperatura en la sala de calderas alcanza oscila entre los 60 y 80 grados centígrados”, ilustra Colazo y explica que, debido a esto, los tripulantes asignados a esta área, alternaban en turnos de 15 minutos. “Salían a tomar aire y volvían”, cuenta Colazo.
En la cinta disponible en Youtube, el hombre se anticipa al destino de ambos ferrys, sacados de servicio en 1989 con la inauguración del puente internacional San Roque González de Santa Cruz, y pide que “se hagan todas las gestiones necesarias para que los barcos se conviertan en museos y no terminan en chatarras como ha ocurrido en otros lugares”.
“Cuando mi padre fallece le hice la promesa de seguir luchando por ellos”, señala su hija Analía que, por entonces, ya estaba alejada de la actividad ferroviaria y vivía en Buenos Aires. “Y así empecé, yendo y viniendo, hasta que después me radiqué en Posadas para estar más cerca”, apunta.
Parque temático
Hoy, en su apostadero de Nemesio Parma, el Roque Sáenz Peña es el que parece mejor conservado, aunque Analía Colazo asegura que las apariencias engañan y que, en realidad, es su mellizo, el Ezequiel Ramos Mejía, el que mejor se mantiene a flote.
La escena sugiere todo lo contrario. El óxido parece haberse apoderado por completo del Ramos Mejía, que, además, perdió totalmente el puente de mando y exhibe parte de su estructura convertida en un amasijo de hierros retorcidos.
Su mellizo, el Roque, en cambio, conserva resabios de la pintura que lucía cuando ambos buques estaban amarrados en la costanera de Posadas, donde hoy se ubica la plazoleta que rinde homenaje al Papa Juan Pablo II.
En aquel entonces, en la cubierta del Roque funcionaba un restaurante, que llegó a ser muy concurrido, y en su interior albergaba una extraordinaria muestra de maquetas a escala de joyas ferroviarias de todos los tiempos. Un nombre sobresalía en aquel entonces: el arquitecto Narciso Aguilar, fallecido en 2010.
En 2014, fueron declarados Patrimonio Histórico Provincial y Fluvial, y Bien Histórico Nacional, en 2021, por ambas cámaras del Congreso.
Sin embargo, nada se hizo por ponerlos en valor. “El tema es que se requiere una gran inversión”, señala Analía Colazo, que a través de su fundación presentó a la Secretaría de Transporte de la Nación un proyecto para extraer los buques del agua y montar en el predio de la estación de Miguel Lanús un parque temático ferroviario.
“La idea es sacarlos del agua y mediante un convenio con las escuelas técnicas reparar el caso y recrear una laguna para que la gente que no conoció pueda conocer esta parte tan importante de la historia de Misiones”, explica Analía.
Según dice, luego de la asunción de las nuevas autoridades en diciembre pasado, volvió a entrevistarse con la cartera de Transporte del gobierno de Javier Milei y le comunicaron que “no hay intención de hacer nada”.
El hundimiento
En 2019, se hundieron en el mismo lugar donde se encuentran hoy. Reflotarlos, implicó la intervención de un equipo de buzos y técnicos navales que trabajaron durante tres días, dentro y fuera de las embarcaciones, soldando fisuras del casco y desagotando agua con bombas de achique que no pararon nunca.
Desde entonces, descansan ahí, amarrados en una orilla olvidada, a una veintena de kilómetros de la parte del río donde una vez brillaron y se convirtieron en leyenda.
Para cualquiera que no conozca su historia son nada más que un par de despojos oxidados esperando lo inevitable en un recodo alejado, como conveniente, del escrutinio público.
Los ferrobarcos se balancean en las aguas de Nemesio Parma, soportando estoicos el implacable paso del tiempo, como dos hermanos condenados que aguardan, pacientes, el hachazo final del verdugo.
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